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Princesa a la fuga

De repente, ya no eran nada. Se terminó el cuento. La princesa se hartó de estar encerrada en el castillo, las hadas perdieron sus baritas y las perdices se pusieron frías. El príncipe, era tan azul, que murió congelado. La princesa cambió los vestidos y tacones, por vaqueros y zapatillas, se agarró una cola y se fue.

Dejó la carroza en la puerta del castillo, prefirió irse andando y, en lugar de dejar un tacón, dejó una nota en la que decía:

Querido Príncipe,
No necesito tu dinero, ni tus palabras bonitas. No necesito que me cuides, ni que me regales flores. Me niego a pasar el día de habitación en habitación del castillo, esperando a que llegues del trabajo. No quiero que me mantengas, no lo necesito. No quiero que me invites. Tampoco necesito a tu mayordomo, ni a las doncellas para que me ayuden a hacer la cama. No necesito que me abras la puerta para entrar, yo sé sola.

Quiero vivir, quiero salir de tu enorme castillo, quiero conocer gente y, conocerme a mí misma. Quiero vestir la ropa que me de la gana, cuando me de la gana. Quiero ir a un bar y pedirme una cerveza. Y que me la sirvan a mí, no a ti, por ser el hombre. Quiero pagar la cuenta. Yo también sé llegar puntual a los sitios. Y sí, voy en autobús. Quiero poder ser escandalosa. Reír a carcajadas cuando me apetezca. Gritar de emoción sin importar dónde ni por qué.

No quiero seguir siendo la misma. Las personas cambian. El mundo cambia. Y voy a cambiar. Y, ¿sabes qué? lo voy a hacer por mí.

Adiós Príncipe.

Atentamente,
 la Princesa, que está hasta los cojones.

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